Check-in #23 — 90 años muy bien llevados
Cruzar la puerta de un hotel con 90 años recién cumplidos impone un poco, cuanto menos. Eso es lo que pienso al entrar aquí, en el Tivoli Avenida Liberdade de Lisboa.
Hay sensaciones muy difíciles de explicar. Entre todas ellas está la de entrar de repente a un ecosistema vivo como es una zona común de un gran hotel: un portero nos da paso a una bonita mesa de entrada donde varias flores frescas despiertan los sentidos. A continuación, tras subir un par de peldaños, un enorme patio con una planta mezanine descubre a decenas de personas en sofás sentadas, tomando algo, charlando, esperando, planeando el descubrimiento de una nueva ciudad:
Eso, en esencia, es lo que uno ve nada más entrar al Tivoli Avenida Liberdade, un hotel que lleva 90 años siendo uno de los mejores lugares para descubrir Lisboa. Fidel Castro o el Dalai Lama pudieron constatarlo años atrás, Lula Da Silva lo hizo a los pocos días de abandonar yo el hotel. Hay algo, indescriptible y casi imposible de replicar que algunos hoteles clásicos tienen y otros no.
Uno lo comprueba en esas cosas casi tan mágicas como la coordinación de un equipo para llevar las maletas por un lado, enseñar una parte por el otro y, cuando menos se lo espera, llegar a la habitación con las maletas y un vino de Oporto de bienvenida esperando dentro. Es esa sensación tan invisible como armónica la que hace que todo funcione como si nada. El verdadero lujo es el servicio.
Durante algunas tardes, antes de salir a cenar, disfrutamos del placer de simplemente sentarnos en uno de los sofás del patio interior y contemplar el trajín del hotel, las idas y venidas por la entrada hacia la azotea, hacia la recepción, hacia el restaurante, hacia todas partes. Las almendras y las aceitunas estaban especialmente memorables, de la misma manera que los camareros que están atentos a quien pueda solicitar algo. Son el tipo de detalles los que diferencian a un buen bar de hotel de uno excelente.
Siempre he creído que un hotel debe tener cosas que no tenemos habitualmente en casa. Deben transportarnos a otros lugares, casi siempre mejores, donde hay un buen sistema de sonido en la habitación o simplemente una buena almohada de pluma de oca sobre la cama (confieso que tuve que sacarla de la funda para espiar la etiqueta). O tan solo un desayunador con preciosos tapices y vistas a la avenida Liberdade:
De vuelta a los detalles, tengo que admitir que intenté sobornar de todas las maneras posibles a la encargada de los gofres en el desayuno para poder replicar en casa esa receta que eliminaba cualquier dulzor excesivo que siempre tiene la bollería y le daba un sabor realmente particular a leche fresca. Fue imposible, imagino que solo los podré volver a disfrutar volviendo a alojarme allí. Cuidar de los detalles, pienso. Así es como un hotel consigue durar 90 años, que es lo que celebran ahora con interesantes ideas de escapadas. Que sean muchos más.
Nos vemos en el próximo check-in.